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sábado, 13 de febrero de 2021

Una semana en La Habana. Cuba. Diciembre 2016

El año 2016 fue particularmente duro laboralmente hablando, mucho trabajo y una tesis recién terminada, por lo que al planear las vacaciones solo se me antojaba un destino playero, Caribeño y musical, de aquellos que años antes aborrecía (era una pesadilla para mi las vacaciones de resort, después entendí que a veces son necesarias).

Cuba entonces era entonces el destino ideal, porque si bien tenía la playa paradisiaca y el resort, también tiene historia y cultura de sobra para hacerla el plan perfecto. Recorrí en 20 días ciudades y playas del norte y del sur, con base de operaciones en La Habana que me encantó. Me empapé de su son, un tanto apagado eso sí en los días de mi visita, porque justo un mes antes había fallecido Fidel Castro, por lo que pude sentir el pesar, y a la vez la incertidumbre sobre que pasaría en el futuro.

Mi ruta incluiría 6 noches en total en La Habana, donde además aprovecharía de celebrar el año nuevo, dos en Varadero, dos en Trinidad para recorrer los alrededores y finalmente una semana en Cayo Guillermo y playa Pilar, para recargar energía, y vengarme del cansancio que ese año me dejó casi sin pilas y regresar vía Santa Clara, donde abordaría el vuelo a Panamá.



Tomé mi vuelo el mismo 25 de diciembre y previa escala en Panamá aterricé finalmente en el aeropuerto internacional José Martí, honrando al célebre escritor y fundador del partido revolucionario. La ruta desde el cielo ya anunciaba aguas claras y grandes campos verdes




No fue sencillo organizar directamente el viaje desde Chile, sin agencias intermediarias, traté de hacer la experiencia lo más local posible, pero tuve que recurrir a mi amiga Paula Córdova (hoy trabaja en turismo Oroco. pcordova@oroco.cl), para que me organizara unos tramos que eran imposibles organizar por libre (Trinidad- Cayo Guillermo- Santa Clara). Justo me tocó la época en que iniciaba la apertura impulsada por Obama, y ya se permitía a los cubanos alojar a turistas y acceder a algo de internet, por lo que de cierta manera cada vez se fue haciendo más fácil organizar por libre. 

Así, después de varias investigaciones encontré el Hostal Balcones (isabelgomezhabana@gmail.com), con sedes de calle Villegas y del Vedado; yo elegí el de La Habana Vieja, que me interesaba más y me encantó.  Isabel y Liennys organizaron mi recogida en el aeropuerto con un taxi, que me afortunadamente me permitió pagar en euros, porque la fila para cambiar CUC era interminable y de ahí en realidad fueron puras atenciones (además les llamaba tanto la atención que anduviera sola).


Más que un hostal propiamente tal, es una de las llamadas "casas particulares", donde las familias destinan una o dos habitaciones para recibir turistas y ganarse un ingreso extra. Acá me quedé tres noches, cuando volví a Habana de Varadero me quedé en otro sitio, más cerca del Malecón. 


Como toda casa de familia, el tiempo parece haberse detenido un poco, como en visitar la casa de los abuelos, con muebles tradicionales de colores oscuros que delatan un pasado más tradicional. Mi habitación era hermosa, con aire acondicionado, frigobar y caja fuerte, por un precio 40 CUC la noche (desayuno e internet aparte por 5 CUC each) y con un pequeño balcón que me dejaba ver todo el movimiento de esta parte de la ciudad


A mi regreso de Varadero, y sólo porque no había disponible en Balcones, reservé por Airbnb (casa colonial Miriam Mirabal), que también fue una super experiencia, por lo especialmente acogedora de ella y su familia (hasta me invitaron a pasar el año nuevo con ellos) y porque eran vecinos de una escuela de baile, por lo que la música sonaba todo el día. 



La casa de Miriam estaba mucho más cerca del Malecón y del Museo de la Revolución, así que aproveché también este cambio de escenario para experimentar otra parte de la ciudad, por las tres noches restantes, antes que me volviera a mover a la parte más oriental de la isla. Además era mucho más barata, por solo 25 CUC la noche (desayuno adicional 5 CUC. Internet lo arrienda el vecino).




Lo primero que tuve que hacer nada mas me instalé y dejé mis cositas fue trasladarme a la calle Obsipo, la peatonal que cruza La Habana vieja desde el Parque Central (o el Floridita) hasta la plaza de Armas y la bahía de la ciudad y, que es la columna principal del comercio y restaurantes de esa porción de la ciudad y punto de partida para empezar a familiarizarse con el color de los hermosos edificios y su son, porque literal, en todos los restaurantes había una banda de música.


Esta calle se recorre mirando de lado a lado, disfrutando sus colores y los edificios algunos de ellos rescatados y otros en vías de serlo y se encuentran verdaderas joyas como fábricas de perfumes o boticas que parecen haberse detenido en el tiempo (aunque restauradas).


Aquí también se sitúa  una de las pocas casas de cambio de la ciudad, y hay bastante fila, igual que en el aeropuerto. La verdad fue difícil para mi calcular un presupuesto diario para comer y pasear (aunque no es muy cara ni la comida, ni la bebida), así que tuve que cambiar un par de veces más (era más rápido en la casa de cambio del Hotel Nacional).

En el asunto de la plata  hay que atender dos situaciones: la primera es que es mejor llevar euros que dólares, porque esta divisa tiene un fee adicional de 15%, y lo segundo es no fiarse de las tarjetas de crédito, porque no son recibidas en muchas partes y tampoco reciben todos los tipos. (Mi amiga Rocío que había ido años antes me aconsejó que llevara la Visa Falabella, porque era de los pocos bancos que no tiene capitales gringos, así que le pedí una adicional a mi mamá y no tuve ningún problema para pagar el hotel en Varadero)

Calle Obispo también era en ese entonces la oficina de ETECSA donde se puede comprar la tarjeta con la clave para usar wifi, y uno de los pocos internet point de la ciudad (para conectarse hay que tener el código y estar en un área con señal). La tarjeta costaba 1.5 CUC, pero habían muchísima fila (podías comprarla en el mercado informal por 3 CUC) 



La Habana vieja es museo al aire libre ha sido escenario de intercambio comercial durante la colonia española, del paso de los británicos, y de la presencia estadounidense y también de la revolución de Fidel y como tal fue declarada Patrimonio de la Humanidad por Unesco en 1982.


Como todo asiento principal de la corona española, la ciudad está regada por iglesias de distintas órdenes, monasterios y conventos, algunos vivos hasta hoy. La gracia es que a diferencia de otra ciudades coloniales no se organiza en el modelo del tablero con la plaza de armas como centro, sino que hay 4 plazas dedicadas a actividades defensivas, comerciales y espirituales.

La plaza de Armas fue mi primera parada, quedé fascinada con sus pisos como de adoquín de madera, y con la feria de libros que funciona ahí día a día, y donde conocí a la más linda Isabel, que pasaba sus días cuidando autos y que me dio todos los consejos para conocer la ciudad. La rodea el castillo de la Fuerza Real que data del siglo XVI, como está frontal a la bahía su valor estratégico defensivo fue crucial, incluso más tarde respecto del mismísimo pirata Drake.





Al otro extremo se sitúa el Parque Central, sobre el Paseo del Prado, punto súper estratégico para el turismo, porque es paradero de coco taxi, el bus de turismo, es punto wifi, y además está el hotel Iberostar, punto de recogida de todos los tours (para hoteles y hostales que están en la porción peatonal).


El parque es centro  de paseo de turistas y locales, yo aproveché de tomar sol, y de almorzar en el Gran Café El Louvre, del Hotel Inglaterra. Desde aquí empezó mi problema con la comida; como  no como carne y soy alérgica a los mariscos entre ellos la langosta, y la oferta precisamente es carne de cerdo y langosta, se me dificultaban las opciones, además con la llegada de algunos cruceros hubo harto desabastecimiento. A pesar de mis restricciones para comer, me considero adaptable, nada que omelet o pan con queso no pueda salvar, pero en realidad hasta esas alternativas eran esquivas.



Además de la estatua de Martí que preside el Parque, a su alrededor están los más lindos edificios, en esa época un hotel de lujo en construcción, el museo nacional de Bellas Artes y el Gran Teatro de la Habana, que de noche se veía mágico e imponente.



Unos pasos más adelante hay otro magnífico edificio, icono de la ciudad: el Capitolio, que fue inaugurado en 1929 como sede del poder legislativo, y que durante la revolución fue reconvertido al Ministerio de ciencia, tecnología y medio ambiente. El parecido al capitolio de Washington es innegable, pero cada cubano orgulloso destaca que este es más grande y más ancho.



La verdad de todos los ángulos que se mire es un edificio hermoso, aunque en ese minuto su cúpula estaba en reformas.


La siguiente plaza, también más cercana a la bahía, es la que sirve de asiento a la principal Catedral de San Cristóbal de la Habana, la principal del país, y que data de 1748, y principal exponente del Barroco americano. 



Si bien la entrada es gratis a la catedral, para subir al campanario hay que pagar 1 CUC y la subida vale la pena, no sólo para poder ver los detalles de la construcción y de la preciosa plaza y su constante actividad.



Abajo, en la plaza había mucha actividad, de día y de noche, también hay varios edificios en restauración y un pasaje lleno de restaurantes como de onda más moderna y también paradores donde se sirve comida más tradicional. Esta vez elegí el Restaurante Casa Roma, donde si pude encontrar pasta aunque aún me miraban extrañados porque no quería comer "puelco" que es la estrella del menú local.


Lo entretenido de esta plaza es que uno va encontrando muchos personajes distintos, varios puestos de frutas y de artesanía y souvenir. Lejos la más linda era la adivina, que leía naipe español por unos CUC, y que posaba para quien quisiera sacarse fotos con ella, ataviada con toda la estética y elementos de la religión Yoruba, que en clave de sincretismo hoy subsiste con la católica y desde tiempos de la conquista.


Está también la "señora Habana", que exhibía su altar para hacer ceremonias de limpieza y lectura de cartas, pero dejaba a su lindo salchicha como guardián.


También habían dos salchichas exquisitos, cuyo dueño los tenía trabajando para sacarse fotos con los visitantes bien disfrazados de viajeros.



La cuarta plaza del listado, llamada antaño nueva y hoy Plaza Vieja está hacia el lado del puerto, y que es la que está más dedicada al ocio, hay restaurantes, un bar de cerveza y muchas galerías de arte.


La vida de la plaza es intensa de día y de noche. En la mañana se puede tomar un helado de coco, en un coco, y de noche tomar y comer en cualquier restaurante del lugar.



Sólo la porción de la Habana vieja y el parque central tiene mucho que ver, de regreso en la calle Obispo, en mi barrio, pude probar varios restaurantes y algunas tiendas de ropa de lino, además de los salchis que estaban por todos lados y que tanto me recordaban a mi Emi.



Es en este sector donde están los iconos del buen beber y comer que han hecho famosa a la isla, con esos resabios del glamour de principios del siglo XX, pero también con el sabor popular, en especial de su música que resuena en cada esquina. 


Si uno gusta del Daiquiri la parada lógica es el Floridita.



Este bar, uno de los más famosos del mundo, data de 1817, pero alcanzó su fama por uno de sus más célebres parroquianos, el escritos Ernst Hemingway, quien concurría a diario por su traguito cuando vivió en La Habana en los años 30. 


Yo honrando la tradición, pasé casi diario por mi Daiquiri fresa o limón, por 5 CUC, o alguna versión del Papa Doble, favorito del escritor con ron, jugo de pomelo y azúcar, todos en versión frozen, por lo tanto bastante inofensivos.


El mismo escritor acuñó la frase "Mi mojito en la Bodeguita, mi Daiquirí en El Floridita" , así que siguiendo sus pasos caminé un par de cuadras hasta otro icono mundial La Bodeguita del Medio, muy lleno y muy tropical, de día y de noche.

Este bar data de 1950 y también ha sido visitado por múltiples artistas y escritores incluidos nuestros Nobel Mistral y Neruda.



Sin mentir creo que cada vez que pasé,  sonaba "el cuarto de Tula", uno de las insignias del aclamado colectivo Buena Vista Social Club, incluyendo mi aperitivo de año nuevo que lo pasé a tomar acá.


Y como todo en esta porción de la ciudad tributa a Hemingway, a otro par de cuadras se encuentra el Hotel Dos Mundos, que le sirvió de residencia, hasta 1939, cuando se trasladó a la finca Vigía, en las afueras de la ciudad. La habitación que usó hoy llamada "el viejo y el mar" sirve de mini museo, y está abierta para visitar.


Aproveché la visita, para pasar a comer algo, pero como acá funciona horario turista gringo, a las 21:30 cuando me senté ya habían comido todos. Lo bonito de este restaurante es que está en el piso 5, por lo que permite una visita limpia y amplia a la bahía y al puerto, con algunos cruceros atracados.



No era difícil encontrar una terraza linda para sentarse a tomar un aperitivo, con Daiquiris o mojitos más allá de los spots más obvios, siempre acompañados por los sones de la música, en este caso, sólo de mujeres 



Otra porción de la ciudad que a pesar de estar muy cerca de las otras, es muy tranquila, es la zona aledaña al puerto y a la iglesia de San Francisco, que data de 1575 y la plaza del mismo nombre, donde pasé también de día y de noche, en mi búsqueda de un lugar para celebrar el año nuevo.



El puerto y el edificio de la aduana datan de principios del siglo XX, y que en esta época se preparaban para la recepción de grandes cruceros y embarcaciones dada la reciente apertura. Sobre la avenida del Puerto hay también varios bares y un paseo hermoso, para seguir descubriendo los tesoros de esta ciudad, que a estas alturas me tenía fascinada y eso que aún no había salido fuera de la ciudad vieja.




En cuanto al rubro compras,  habían varias tiendas con algo de artesanía en madera y lino, las típicas poleras y pareos y muchas cosas alusivas al Che, más habanos y algo de ron. En cambio me costó mucho encontrar café para traer, encontré algo de café Cubita sólo en el duty free del aeropuerto de Santa Clara.




Después de haber evaluado todas mis alternativas (había enviado desde Chile algunos mails al hotel nacional, pero ya todo estaba), elegí y reservé en el Café del Oriente. Fui en persona el día anterior y me atendió el maïtre muy amable y ceremonioso me explicó el menú especial para noche vieja y me dejó más que invitada. El precio cerca de 100 euros, pero que valieron absolutamente la pena.




Llegué sobre las 22:00, previo aperitivo en casa de Miriam y una pasada rápida por la Bodeguita del Medio. Desde que llegué fueron todo atenciones, la comida fue de 4 tiempos y todos los platos perfectamente montados. Primero, entrada de jamón serrano con grissinis, luego un pastel de hojaldre con manzana, pescado con arroz, frijoles y tomates cherry  y postre, una enorme torta, todo con vino chileno, y espumante para la medianoche.


Además de la comida rica, la onda fue muy agradable, me adoptaron dos italianas de la mesa del lado, además de todos los garzones que se turnaron para darnos el abrazo, todo musicalizado con la súper simpática banda que tocaba clásicos cubanos de ayer y hoy.



Y a las doce la torta flambeada, la música y los abrazos.



La verdad tenía mi  expectativa de música y fiesta espontánea, pero en realidad me di cuenta que es una fiesta familiar, que terminaba temprano. Pasé por la plaza vieja donde había algo más de música y me devolví al malecón, que también estaba bien tranquilo, pero alertada por Miriam atenta en todo momento, porque hay una tradición de año nuevo que consiste en lanzar agua de las casas a la calle, por lo que te podía pillar desprevenida.


Aún sin salir de la ciudad vieja, me quedaba aún que visitar la guinda de la torta, muy cerquita de la casa de Miriam, se encuentra el Museo de la Revolución, emplazado en el que sirvió de Palacio Presidencial, hasta el mandato de Batista.


La entrada vale 4 CUC, y siempre hay algo de fila. El interior del edificio es precioso, su decoración en su tiempo, fue encargada a Tiffany´s. 


La colección va en orden cronológico, desde la época precolombina hasta la actualidad, pasando desde luego por los hitos de la revolución, incluyendo el yate Granma con el que llegó Fidel y los revolucionarios en 1956. Tiene salas dedicadas a la historia del Che Guevara y Camilo Cienfuegos, además de Fidel y también se explica la operación Peter Pan, y del inicio del bloqueo en 1961.



Fuera de la Habana Vieja, donde pasé la mayor parte del tiempo, visité dos veces El Vedado, llamado así porque durante el siglo XX, se encontraban las casas de los más ricos y estaba "vedado" el paso. Hoy están los ministerios y unos hoteles más exclusivos.

Aquí se sitúa el Hotel Nacional, que está abierto a los visitantes. Este hotel data de 1930 y es de los más exclusivos del país. Lo bueno de esta visita es que el hotel tiene adentro agencia de turismo y casa de cambio, con menos fila que la habitual. Yo aproveché para contratar el paseo a Viñales y a comprar el traslado a Varadero (pude comprar sólo en ticket de regreso por Vía Azul. www.viazul.com)




Su interior es hermoso y la atención de todos, hasta para los no pasajeros, era estupenda, incluyendo la señora que me recomendó comprar un ticket diario que permitía usar todas las instalaciones del hotel y la del bar, donde me senté a disfrutar de un mojito.


También se puede pasear por sus jardines y sentarse a mirar el mar.



Saliendo por la parte de atrás del hotel, a unas tres cuadras se encuentra otra icónica visita: la heladería Coppelia, más conocida como la catedral del helado, y no es exageración porque ocupa una cuadra completa, como una plaza llena de árboles y sombra para disfrutar los helados.



De regreso caminé los 4 kilómetros caminando tranquila por el malecón, recogiendo todas las postales de las casas con ese esplendor pasado, que aún con falta de mantención enmarcadas con ese mar y ese cielo se ven hermosas. Me crucé con gente paseando, pololeando y pescando, y haciendo su vida diaria.




La otra visita fuera de la ciudad vieja es la Plaza de la Revolución, para ello nuevamente me trasladé al vedado, esta vez en el bus turístico que sale cada hora desde el parque central, y que por 10 CUC esta disponible para trasladarse por los puntos más turísticos de la ciudad, en modalidad hop on hop off.



Esta plaza, una de las más grandes del mundo,  y que se hizo famosa mundialmente en los tiempos de la revolución, dado que Fidel solía dar aquí sus largos discursos. Destaca el monumento a José Martí con sus casi 150 metros, que la hace aún más imponentes.


Justo al frente están otros edificios públicos, el ministerio del interior, el principal, con la silueta del Che Guevara con la frase revolucionaria "hasta la victoria siempre"



Justo al frente el ministerio de comunicaciones con la silueta de Camilo Cienfuegos, otro líder de la revolución con la frase acuñada "vas bien Fidel", inaugurada en el año 2009.



Por último ya de regreso en la Habana vieja, como atractivo en sí mismo, aún su calidad de vía, está El Paseo del Prado, que existe desde el tiempo de Capitanía General, y que subsiste como arteria principal, con sus frondosas arboledas y bancas que albergan a turistas y cubanos por igual, sirviendo como galería de arte al aire libre, y sala de música, por la gran cantidad de artistas de usan su extensión para ofrecer pinturas y canciones.



Esta semana en La Habana fue fantástica, sólo la dejé para ir a la playa, primero a Varadero y después a la parte más oriental de la isla, a conocer los Cayos, sólo puedo decir que fue mi ciudad favorita y volvería mil veces, a disfrutar de sus colores y sonoridad. Sé que hay personas que la visitan por el día, pero creo que hay demasiado que ver !

Next destination: Cuba Occidental. Viñales y Varadero

























 















































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