Etiquetas

martes, 16 de abril de 2013

Dìa 3: El encanto de Guanajuato y Tlaquepaque


Nos levantamos muy temprano a tomar el desayuno que nos ofreció el Hotel Misión El Molino, que consistió en café, pan, jugo y huevos preparados como uno pidiera: solos (revueltos o estrellados), con tocino, Rancheros (con Chile y tomate, servidos sobre una tortilla de maíz también frita) o Divorciados (con salsa roja y verde, bien condimentada). 

Miguel, quien nos acompañó para aprovechar de contarnos la ruta, ordenó Chilaquiles que es un  plato que  reune los ingredientes Mexicanos más típicos: frijoles fritos, huevo, Guacamole, Totopos, cubierto con Mole, crema y cubierto con queso blanco. Él saboreó el plato feliz, mientras nosotros lo mirábamos incrédulas que se lo haya comido todo a las 8:30 A.M, sin caer al menos dormido.




Recorrimos los casi 96 kilómetros que nos separaban de nuestro primer destino para este día, la ciudad de Guanajuato, capital del estado del mismo nombre, conocida como la Florencia Mexicana y  Patrimonio de la Humanidad desde  1998.

Comenzamos nuestro recorrido por el Cerro, donde se instala la estatua en honor a otro héroe que participó en la primera etapa de la independencia: el Pípila, quien - conforme cuenta la historia- era un minero que impulsado por el mismo cura Hidalgo- en septiembre de 1810- ascendió la loma que lleva a la Alhóndiga de Granaditas  (lugar donde se habían parapetado el último bastión de la resistencia Española) para quemar la puerta, única manera de ingresar y vencer.

Se dice que el Pípila se ató una  piedra gigante en la espalda para esquivar las balas  y portando además una antorcha minera logró su objetivo alcanzar la puerta y prenderle fuego,  lo que que permitió el ingreso de los insurgentes la toma de posesión del sitio, y  en definitiva la toma de Guanajuato y una de las más grandes derrotas del virreinato. 

La estatua enorme de este héroe preside la más linda vista de la ciudad.

                                            



Bajamos a la ciudad introduciéndonos en las calles subterráneas que otrora sirvieron de rutas mineras, (la ciudad fue emplazamiento de grandes prósperas minas de oro y plata en tiempos de la conquista), y hoy sirven para los autos y como estacionamientos subterráneos.

Comenzamos visitando el Mercado Hidalgo que recién comenzaba a despertar, disponiendo los locatarios la fruta y verdura de cien colores  y ofreciéndonos de todo tipo de comidas en los puestos de antojitos.




El edificio del Mercado es enorme, data de 1910 y fue obra de Porfirio- respecto de quien ya reconocíamos su gusto afrancesado- siendo proyectado por los arquitectos para ser estación de trenes.




Subimos, al igual que el Pípila, por una de las colinas  a la Alhóndiga de Granaditas, construida en el siglo XVIII, donde solía almacenarse granos y que hoy sirve de asiento al museo regional de la ciudad.




Además de ser escenario de una de las más grandes victorias insurgentes, este edificio fue tristemente escenario de otro hecho histórico: al ser derrotados y muertos aquellos- casi un año después- las cabezas de los héroes de la independencia Hidalgo, Allende, Aldama y Jimenez, fueron colgadas de sus cuatro esquinas en jaulas, donde permanecieron hasta 1821.




Después de esa triste historia comenzamos sólo a deambular por las calles hermosas de la ciudad; angostas y adoquinadas, y rodeadas de lindas casas adornadas con balcones y maceteros con flores de colores... la vida acontecía tranquila bajo el sol.




Dimos con la Casa de Diego Rivera, pintor Mexicano universal y de los más ilustres Guanajuatenses, donde habría nacido en 1886 y que hoy funciona como museo con una muestra permanente de sus bocetos y pinturas.




Continuamos la marcha y nos topamos con uno de los más lindos edificios pertenecientes a la Universidad de Guanajuato, que le da todo un ambiente universitario y juvenil a la ciudad, de estilo colonial al máximo.






La Universidad tuvo su origen en 1732, a manos de los jesuitas quienes establecieron un hospicio para la enseñanza de la juventud, pasando con las leyes de reforma a manos laicas, y perdurando su fama hasta hoy,  recibiendo a más de 33.000 estudiantes de todo el mundo.




Mientras recorríamos calles y admirábamos monumentos, Miguel nos contaba la historia de la ciudad, bastante rica a causa de la minería, pero siempre manteniéndose a la vanguardia en materia de cultura, dándonos como ejemplo que es la Capital Cervantina de América desde 2005, por su incansable trabajo de mantener y difundir el genio  de Miguel de Cervantes con ocasión del Festival Cervantino que cada año se celebra desde 1953.



Avanzamos un par de cuadras más y llegamos a la Plazuela del Baratillo, que desde también los mil ochocientos ha servido de asiento para floristas y anticuarios, quienes llenan de color el espacio, enmarcado por casas preciosas y con una fuente de agua con delfines que aviva más la escena.





Seguimos caminando y llegamos a la porción más bonita de la ciudad enmarcada por los Jardines de la Unión, que es una plaza en forma de triángulo donde los protagonistas son los árboles añosos, bellamente cortados, bajo los cuales transcurre la vida diaria.

Ahí mismo en uno de sus costados está situado el Teatro Juárez  levantado en 1903 y que es sede de toda actividad artística celebrada en la ciudad- que conforme nos contaba Miguel- no es nada despreciable.





Nos quedamos sentadas en las bancas del jardín bajo el sol, disfrutando la belleza de los edificios contiguos, y del lugar, comentando qué ganas de pasar ahí una temporada disfrutando de las bondades de la ciudad. 




Después de un buen rato en el Jardín y con pocas ganas de irnos, seguimos el recorrido hacia la Basílica Colegiata Nuestra Señora de Guanajuato, terminada de construir en 1796 y que se erige con todo el estilo Churrigueresco del Barroco de Nueva España, albergando en su altar mayor una imagen de la Virgen donada a la ciudad por el mismo Rey de España en 1557, y que ha pasado a ser la Patrona de la ciudad.


Por fuera la iglesia es imponente y brilla con su amarillo protagonizando la ciudad y la Plaza de la Paz ubicada en la parte frontal.



Continuamos nuestro recorrido hacia la sede de una de las más grandes leyendas de la ciudad: el callejón del Beso: se dice que una joven de familia adinerada se enamoró de un minero, y que éste compró la casa del frente para poder verla, pues su padre la mantenía encerrada para evitar que cualquiera la arrancara de su lado. La cercanía de los balcones de ambas casas sirvió de cómplice a ese romance, hasta que el padre lo descubrió y dio muerte a su propia hija con una daga, sosteniendo la mano moribunda el amante hasta que murió, despidiéndola con un beso.

La leyenda ordena que las parejas visitantes se besen en un escalón - no pusimos atención en cual,  porque no encontramos una- para asegurar el amor eterno. 





Nosotras entramos a la casa y al balcón que está separado a 65 centímetros del vecino, y en agradecimiento por la gratuidad de la entrada, pasamos al negocio que funciona allí mismo a comprar bebidas para los tres y algún recuerdo de la ciudad, principalmente las ranas, que le dan el nombre, conversando con la dueña del lugar que nos contaba que este era el destino romántico por excelencia de toda la ciudad.


Caminamos de regreso a la Plaza de la Paz, y luego de pasar a comprar Sevillanas (obleas suavecitas rellenas con Cajeta) y otros dulces, en una tienda preciosa, cruzamos al Restaurante Truco 7, recomendado por todos, menos por Miguel que se fue a almorzar al Mercado, dejándonos en nuestro tiempo libre.

El lugar es muy tradicional y se emplaza en un calle asiento de otra leyenda, la de Ernesto, que apostó hasta su esposa en el juego, y que deambula con su capa y sombrero negro arrepentido hasta nuestros días de haberla perdido jugando con el mismo diablo.


Nos jugamos por las enchiladas rojas de pollo ( 53 pesos) y algo de ensalada (Atún, Chicharo y Elote, por 40 pesos)- por pura hipocresía-, deleitándonos con el sabor cremoso  del plato, y disfrutando del ambiente parroquiano y de la excelente atención del restaurante.


Después del almuerzo caminamos vitrineando y curioseando el comercio, hasta llegar a nuestro punto de encuentro donde nos reuniríamos nuevamente con el guía: la Puerta del Mercado de Hidalgo.



Como el viaje desde Guanajuato a Tlaquepaque era bastante largo - 267 kms, que tardan como tres horas- y al pobre Miguel ya lo teníamos mareado a preguntas sobre música, actualidad, teleseries mexicanas, farándula y otras, aprovechó para ponernos a ver películas en el DVD del auto para ver si nos callábamos un rato, y le resultó, nos fuimos súper entretenidas viendo la vida de Frida Kahlo, portagonizada por Salma Hayek y musicalizada por quien se ha convertido en una de mis cantantes favoritas Lila Downs.

Llegamos a Tlaquepaque , y quedamos de inmediato encantadas desde el momento que entramos, tanto por su belleza, como por la atmósfera relajada y medio nostálgica de sus calles y plazas... El espíritu del estado de Jalisco ya se dejaba notar en el aire.

Visitamos el edificio de la Municipalidad engalanado con ocasión de las fiestas de la independencia, reconociendo como en las demás sedes de gobierno, el reloj y la campana como elementos comunes de ornamentación. 






Caminamos tranquilas por la calle principal, maravilladas por la atmósfera del lugar, que irradiaba sólo calma y solaz.

Recorrimos las tiendas de ropa bellísima, artesanías y vidrio soplado, donde pude comprar un nacimiento pequeñito de regalo para mi mamá, de una delicadeza que yo - al menos- no había visto nunca. 



Visitamos también algunas de las Galerías de Arte que también parecen protagonizar la escena, particularmente la de Rodo Padilla, un escultor local que trabajando en cerámica y bronce ha saltado a la fama internacional (www.rodopadilla.com), siendo reconocibles los Mariachis Gorditos  con los que cualquiera se puede fotografiar en la tienda y fuera de ella.



Y encontramos cientos de Lupitas ... con vestidos y moños de decenas de colores ....




El paseo estuvo calmo, al alero de una tarde tibiecita, entramos y visitamos varias otras tiendas, más que para ver los productos, era para curiosear las casas e imaginarnos como habrán sido esos patios cuando eran ocupadas por sus habitantes españoles y criollos originales.



Y vimos más mariachis y más arte ...





De regreso al punto de partida visitamos El Parián - que data de 1878- y que sirvió como asiento en sus primeros tiempos al mercado de la ciudad, para luego ser lugar de esparcimiento y reunión, convirtiéndose durante el siglo pasado en asiento de la música de los Mariachis, y de varios bares y restaurantes que funcionan a su alrededor.




A esa hora estaba todo el mundo preparándose para las funciones de la hora de la cena, y tuvimos la suerte de ver a una chica cantar, probándose para acompañar al grupo de Mariachis que la retaba a alcanzar los tonos de cuanta canción tocaron.



Nos quedamos escuchando la música y disfrutando de la onda del lugar, deseando poder quedarnos a dormir ahí y pasar unos días para alcanzar un poco del relajo de la ciudad y partimos a Guadalajara, nuestro destino final para esa jornada.

La distancia es cortita y se recorre en 20 minutos, pero la diferencia entre las ciudades hace parecer que cruzamos una era completa, pues Guadalajara se nos presentó moderna y algo acelerada, al menos para el ritmo de las ciudades que habíamos visitado hasta ese día.

Nos quedamos en el Hotel Morales (www.hotelmorales.com.mx), un lugar bellísimo situado en un edificio histórico que data de la era de oro Porfiriana y que sirvió desde casi siempre al hospedaje de los viajeros que llegaban a la ciudad.



Salimos a caminar por la plaza y a ver la Catedral de noche, pero como estaba todo cerrando, regresamos al Hotel a comer y descansar.

Estuvimos al lado de la pileta en el Bar y Restaurante El Ruedo, que funciona ahí mismo, bebiendo unas cervezas Micheladas (30 pesos), con receta original que incluía Tabasco y Salsa Inglesa, además de la sal y el limón y degustando otras especialidades Tapatías, de muy buena consistencia y sabor, como las Tostadas de pollo, que equivocadas pensamos que era un sandwich pequeño y era en realidad un suculento plato, con frijoles refritos, pollo, queso y crema, que estaban para morirse de ricos (64 pesos)





Salimos de nuevo para expiar las culpas, pero solo nos alcanzó el valor para ir a la plaza de la iglesia de San Francisco cruzando la calle, y regresamos a dormir y descansar ... felices y con barrigota, expectantes con lo que nos preparaba el estado de Jalisco para los días posteriores.



2 comentarios:

  1. Que interesante blog!!! me encantan los viajes, aunque no salgo mucho :P... un consejo, podrías agrandar las imágenes para que podamos apreciar mejor todos los lugares.

    Besos!!!
    makitadonoso.blogspot.com

    ResponderEliminar
  2. Gracias por pasar a leer y por el consejo !!!
    Saludos !!!

    ResponderEliminar