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lunes, 12 de mayo de 2014

Dia 17: Desde Pukhet al paraíso de Phi Phi Don


Nos despedimos de nuestro bello hotel, recuperando apenas a tiempo la ropita que habíamos mandado a lavar ( por precios que eran un chiste de barato),  que casi casi no alcanza a llegar, y,   abordamos la van que previamente habíamos reservado y que nos dejaría en el puerto de Rassada, distante como a una hora de Patong Beach.

Una vez en el muelle cambiamos nuestro ticket, subimos las maletas y previo snack tan internacional como cualquiera, nos largamos a recorrer las casi dos horas que nos separaban del paraíso en la tierra.

Permanecimos algunos momentos en cubierta y otros dentro en animadas conversaciones con nuestras  nuevas amigas argentinas, intercambiando datos e historias que ellas traían desde Malasia y sus peripecias con los vuelos low cost.



Phi Phi nos esperaba soleada y tranquila anunciándose con sus grandes bloques de piedra en medio de un mar azul, los que se apreciaban desde lejos y tomaban su forma en la medida que nos íbamos acercando.


Una vez en Tonsai Pier, debimos pagar una pequeña tasa de desembarco (20 baths, cuyo objetivo es la conservación de la isla) y encontrar  al encargado de nuestro hotel, quien montó nuestros bolsos en un carrito y a señas nos indicó por donde circular.

Caminamos unos 5 minutos por un camino de tierra, en cuyas orillas se situaban locales de ropa y restaurantes, grandes y pequeños,  y llegamos a nuestro hotel Nice Phi Phi Beach Resort (www.phiphinicebeachresort.com).

La elección de hotel no fue sencilla, porque queríamos quedarnos en el village y no en Long Beach (linda, linda, pero un poco lejana para ir caminando), pero no al lado de la zona más movida, y aunque reservamos con meses de anticipación, dos meses antes todo estaba ya confirmado, por lo que quedamos en una de las orillas de la bahía y no en la zona hotelera más tranquila. Fue la primera vez que reservé en Agoda, y la verdad no defraudó (era muy barato además).



La habitación que nos asignaron tenia vista al precioso jardin y parcialmente a la playita, un frigobar y aire acondicionado, y el baño fue toda una novedad por su diseño minimalista, aun cuando una preciosa pintura de apsaras acompañaba nuestras duchas sin cortina.




Lo mejor del hotel era su ubicación (al lado había solo uno mas, que se veía muy lindo, pero estaba lleno), tenia acceso directo a una porción  exquisita de la playa, y en realidad aunque la habitación era bien básica, tenia de todo (nos daban agua mineral y no habían lagartijas), considerando que llegábamos ahí solo para cambiarnos de ropa, ducharnos y dormir.
Había a esa hora muy poca gente en la playa, así que nos dimos chapuzón inmediato,  aunque saliendo fuimos presas  de los mosquitos y mi numero de picadas aumentó exponencialmente sobre todo en las piernas, así que desde ahí nunca más sin repelente.


Salimos recorrer el otro lado de la isla Loh Dalum, al que fácilmente se llega a través de un pasaje repleto de locales de ropa y recuerdos, y pudimos presenciar un atardecer precioso, pleno de actividad deportiva.

Caminamos bastante por el paseo que corre contiguo a al mar y elegimos esa noche comer en  el  restaurante 4 Seasons, cerca del cual también ubicamos una agencia de viajes con la que pactamos, amablemente atendidas por Pon,  el recorrido de las 7 playas para el día siguiente, nos ubicamos en una mesita exterior y desde ahí nos dedicamos a ver el mundo pasar y a degustar uno de los mejores Pad Thai del viaje.
Y desde ahí animadas por la música en vivo, y por las recomendaciones universales (porque absolutamente todo el mundo nos recomendó pasar al menos una velada allí) , caminamos hacia Carlito´s Bar (www.carlitosbar.net) .
Apenas entramos llego una rubia y nos ubicó un estupendo asiento en la arena, ofreciendo cerveza y mojitos (un poco aguado, pero muy bonito, por 230 baths), contándonos que el espectáculo de fuego estaba por comenzar.




El show  del fuego es impresionante, bonito y novedoso, aunque con el pasar de los días ya ni lo apreciábamos, porque había fuego por todos lados.
La gracia de este show, es que tiene un tinte más artístico que los del otro lado de la isla (saltar la cuerda o limbo con fuego protagonizado por los propios turistas) y  era además más diverso.
Primero salieron dos niños (uno de ellos era hijo del cantante), luego una joven muy suave, que nos deleitaba con las formas de la luz.

Después salen a escena dos jóvenes maestros que hacían del fuego una extensión de su cuerpo, con una velocidad impresionante (por fin pude probar mi camarita y quedaron unas fotos bien lindas), avivada además con la nota tecno de la música.




Luego apareció en tarima otro hombre, quien en un ritmo mucho más delicado siguió con los malabares, y sin tanta parafernalia, calmando el ambiente para cerrar, junto a todos los demás participantes, ya cerca de la medianoche.

Nosotras caminamos tranquilas de vuelta los 10 minutos que nos separaban del pueblo, acompañadas por un murciélago (que asco)  y llegamos a nuestra cabañita donde nos dispusimos a descansar para disfrutar del paraíso que nos esperaba al día siguiente :)

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