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lunes, 8 de enero de 2018

Los colores de Chichicastenango y la sorpresa de Ciudad de Guatemala . Septiembre de 2014


La despedida de don Rodrigo en Panajachel y del Lago Atitlan con todas sus sorpresas fue sentida, luego de pasar unos lindos días de relajo, visitas interesantes y comida rica, partí entusiasmada por la próxima parada: el Mercado de Chichicastenango con todos sus colores.




El mercado funciona desde que el mundo es mundo, aunque solo durante los días jueves y domingo.

Yo llegué temprano, habiendo pactado con mi conductor me dejara libre todo el día  para recorrer sola y en calma en busca de colores, bordados e imágenes.


Partí el recorrido en la postal más célebre: la Iglesia de Santo Tomás que preside el pueblo con sus escalinatas atestadas de vendedoras/es y compradoras/es de flores de todos los colores.





Un poco más allá, pero también un poco más acá despertaba lentamente el mercado, que colma el parque central y los paseos por sus cuatro costados,  separándose, no se si casual o planificadamente,  por secciones de comestibles, artesanías, ropa y todas las velas y estampas de santos católicos más venerados por el rito Maya, en clave de sincretismo.




Encontré además varias mujeres vendiendo artesanía en pequeñas mostacillas (también de colores), de formas preciosas como el ave Quetzal, las mariposas o los angelitos.




En mi recorrido personal, rastree un poco por las cuadras principales, sin mucho rumbo, así me tomó bastante tiempo, porque el mercado es muy muy extenso, abarcando bastante más que el Parque Central.



Lo más bonito para mi, además de la iglesia, fue una feria interior, con verduras y frutas frescas y brillantes (y de colores), cuyo movimiento sin fin se podía mirar del segundo piso, tal como las pinturas que vendían en Antigua. 





Hice la pausa necesaria en el Café Villa de los Cofrades, para escapar un poco de la  llovizna y buscar un guía para completar el paseo, afortunadamente frente a la iglesia, varios locales acreditados ofrecen acompañar un rato a los curiosos.


Mi guía me condujo en su recorrido personal, presentándome otros orgullos Guatemaltecos como  la marimba o su célebre Maximon, a quien pasamos a saludar.


 
Volvimos a la escalinata de la iglesia Santo Tomás, aprovechando que  estaba abierta entramos para que me explicara como se vive su interior: velas dispuestas en el suelo, en forma de cruz sobre palataformas de maderas en el pasillo al altar principal, con un color especifico de acuerdo a la naturaleza de la intención planteada, todo ello acompañado con inciensos.




Pasamos también por el Convento, donde además consta que se encontró el Popol Vuh, a principios del siglo XVIII, libro más importante sobre el origen de la humanidad y clave para comprensión de la cosmovisión Maya. 





Respecto de las compras, como todo mercado en que van muchos turistas, es imperativa la negociación, lo imperdible: bordados artesanales, mantas, cojines, hamacas, todos bellos y coloridos.

Me topé con la Tienda De Colores Art, más cómoda por ser de precio fijo, pero con harto bordado a máquina, de todas maneras, hasta hoy dos de sus cojines llenan de color mi living.

Ya entrada la tarde comenzamos el regreso a Ciudad de Guatemala, para continuar el resto del plan, que incluía Flores y Tikal.

La ciudad capital no goza de buena fama, incluso Leonelito, mi guía de Antigua, quien también me acompañó mi recorrido por Guatemala City me lo advirtió para el paseo por el Centro: no cámara reflex y cuidado con el teléfono.

Con todas las indicaciones, busqué una zona lejana del centro, el Radisson resultó óptimo, además espacioso y lindo.




Pasaría solo una noche ahí, así que me animé en búsqueda de bar local, pero solo di - a distancia caminable- con HardRock, que siempre correcto cumple con el estándar de Mojito rico, y los pin para la colección de mi sobrino Tomi.


Al día siguiente Leonelito puntualísimo me recogió temprano, para recorrer la ciudad, que incluyó una ruta panorámica en auto y caminata por el centro. 




Mi qmás querido guía incluyó en el plan una parada a una especie de ciudad satélite preciosa: Cayalá. El proyecto se está desarrollando desde 2003, y comprende ciudad empresarial, shopping, restaurantes y cafés, una iglesia  y también edificios para vivir.



El espacio es realmente bonito, pero un poco disociado de lo que uno espera encontrar acá.


Una vez en el centro Leonelito renovó las advertencias sobre la seguridad, yo iba bastante impresionada por la arquitectura: el centro es más art decó de lo que me pude imaginar, pero siempre en doble clave: mucha presencia indígena, pero con mucho del colonialismo al mismo tiempo.

Buscando estacionamiento recorrimos la mayor parte del centro, impresionando el arco de la oficina de correos, pero también las oficinas publicas que lucían orgullosas los colores de la bandera.



La plaza Constititucional epicentro de la zona 1, o centro histórico, es muy amplia e impresionante, la preside la Casa de Gobierno, y conforme al plan colonial, también la Catedral Metropolitana.



La iglesia data del siglo XVIII, está consagrada a San Francisco, pero también vive el sincretisimo en ella.


Por el otro lado de la plaza, más edificios públicos, y origen de calles comerciales que también transitamos.



Incluyendo otra postal de Leonelito, quien además me compró churros.


Seguimos nuestro paseo, impresionada nuevamente por la arquitectura y el movimiento más comercial de esta porción de la ciudad: quizás no es mi favorita, pero me gustó, más de lo que pensé.





Los días siguientes volaría a Flores para concretar  uno de mis grandes anhelos: Tikal, que resultaría más sorprendente de lo que esperaba. 

Luego, de regreso a Ciudad de Guatemala y en rumbo a Bogotá desde el aeropuerto de La Aurora, una postalpara el recuerdo de los volcanes y lagos, desde el cielo, nuevamente como las punturas de Antigua.




Próxima parada Flores y Tikal !








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